Un poeta español habla de Inglaterra: Eduardo Moga

(En la fotografía, Eduardo Moga)

Eduardo Moga es uno de los mejores poetas españoles de lo que llevamos de siglo XXI. ¿No se lo creen? Lean Insumisión (Vaso Roto, Madrid, 2013) y tal vez se volverán menos incrédulos.

Dejó Barcelona en 2013 y se instaló en Londres. Allí empezó a escribir un blog, Corónicas de Ingalaterra se llama, con dos epéntesis por las que rezuman la ironía y la perspicacia para entender el enigma de la cotidianidad. Un blog que vale la pena seguir.

Sergio Gaspar: ¿Por qué te fuiste de España? A Federico García Lorca no le dio tiempo. Nadie se va de España fusilado. Miguel Hernández lo intentó, por la frontera con Portugal, tarde y sin suerte. Luis Cernuda, más previsor, se marchó en 1938, cuando aún estaba a tiempo. Precisamente a Inglaterra… Pero tú… No vivíamos una guerra civil en 2013. Tenías democracia aquí. Tenías amigos aquí. Tenías un trabajo seguro y bien pagado, de ésos con los que sueña la inmensidad de los españolitos y españolitas. ¿A qué se debió tu marcha? ¿O debo decir tu exilio?

Eduardo Moga: Cernuda se vino a la Gran Bretaña, sí, pero no lo pasó bien. Detestaba Glasgow y no le gustaba Londres, lleno de ruido y multitudes. (Hoy sigue siendo así, ruidoso y multitudinario). Su poesía recibió un impulso extraordinario por el conocimiento que adquirió de la literatura inglesa, pero él, la persona, no congenió con los ingleses, ni disfrutó de su estancia. Tiene un poema sobre su marcha del país en el que había vivido casi diez años, “La partida”, que acaba así: «(Adiós al fin, tierra como tu gente fría,/ Donde un error me trajo y otro error me lleva./ Gracias por todo y nada. No volveré a pisarte)». Y así fue: no volvió nunca. Cuando yo me establecí en Londres, pronto hará dos años, no había, es verdad, ninguna guerra civil en España, pero sí una situación de conflicto permanente, de grosería, mediocridad y estupidez, radicalizada, en Cataluña, por el empeño independentista. No era –y sigue sin ser, me parece– un entorno apetecible. No obstante, y aunque esas circunstancias no ayudaron a que me quedara, las razones fundamentales de mi marcha fueron personales. Tras 23 años de, creo, irreprochables servicios al Estado, el nuevo gobierno convergente de la Generalitat me había degradado a un agujero administrativo, en el que, además, debía hacer uno de los trabajos más tediosos del mundo: la auditoría de la contratación administrativa de las entidades públicas. Mi postergación se sumaba a los recortes y el empeoramiento general de las condiciones laborales de los empleados públicos. Me sentía maltratado, aplastado por la rutina y sin ninguna perspectiva de futuro: lo único que me esperaba en aquel pozo era que pasaran los años, pringado de aburrimiento, sin ilusión ni expectativas, y rodar hasta la jubilación., si es que aún había jubilación en España. Y no quería eso. Sentí muy intensamente que debía renovar mi vida; que, de algún modo, tenía que volver a empezar, aunque volver a empezar, a los 50 años, fuera muy difícil. Mi mujer me dio entonces la oportunidad: ella, que también se sentía apaleada en su trabajo, concurrió a una plaza como médica en un prestigioso hospital londinense, y la ganó. Y aquí estamos los dos.

SG: Allá va una batería de preguntas, que yo veo relacionadas. Hemos mencionado a Cernuda. ¿Se encuentran traducciones de Cernuda en las librerías de Londres? ¿Te has tropezado con traducciones de Trilce de César Vallejo, libro capital y revolucionario, que se publicó el mismo año que La tierra baldía de Eliot (1922), un poema del que abundan con toda justicia las traducciones en España? ¿Se traducen la poesía y la narrativa españolas en la Gran Bretaña? ¿Se aprecia interés por la literatura en español entre los escritores, los críticos, las universidades, los suplementos británicos? ¿Cómo se nos valora, como cultura y como país? ¿Cómo se te ha recibido a ti como escritor?

EM: No hay traducciones de Cernuda, ni de Vallejo, ni de Valente, ni de Gamoneda, en las librerías londinenses. El poeta español más reciente que se conoce aquí es Federico García Lorca, cuyo predecesor en el conocimiento público es Antonio Machado. El desinterés de las editoriales inglesas por publicar literatura española, en general, y poesía, en particular, es abrumador. Solo un sello, Shearsman, cuyo editor ha vivido cuatro años en el Perú, publica a poetas contemporáneos españoles e hispanoamericanos, gracias, en buena parte, a la valiosísima colaboración del poeta y traductor Luis Ingelmo, aunque con dificultades y espaciadamente. Sí hay interés, en cambio, por la literatura hispanoamericana. Por ejemplo, el país invitado este año a la Feria del Libro de Londres ha sido México, y me ha dado una enorme envidia la atención que se les ha prestado a sus autores y obras. En las universidades es común encontrar cátedras especializadas en literatura hispanoamericana, pero raro, por no decir rarísimo, departamentos en los que se estudie la literatura peninsular: así se llama aquí específicamente a la literatura española. España sigue siendo para los ingleses, en buena medida, un lugar agradable para pasar las vacaciones, el país del que provienen la mayor parte de los camareros que atienden sus pubs y restaurantes, y una gran potencia futbolística, lo que les llena de admiración. Pero culturalmente su relevancia es casi nula. Aunque debo precisar que el desinterés se observa también en las instituciones españolas que deberían trabajar por la difusión del español y lo español en la Gran Bretaña: el Instituto Cervantes de Londres mantiene un perfil tan bajo que es casi imperceptible; y el Ramon Llull –que, hasta nueva orden, sigue siendo una entidad española– no le anda a la zaga. Como escritor, apenas se me ha recibido. A la competitividad del mundo literario británico, y a mi falta de arraigo en él, se suma el carácter de los ingleses, poco dado al entusiasmo. Pero añadiré algo que aún me parece más significativo: en casi dos años de estancia en Londres, y salvo un curso de introducción a la literatura española que yo propuse al Cervantes y que no llegó a realizarse por falta de alumnos, ni el Cervantes ni el Llull me han invitado a participar en ninguna actividad, ni contado conmigo para ninguno de sus programas.

SG: Ya conoces mi pronóstico, Eduardo: la literatura española desaparecerá en la primera mitad del siglo XXI, porque la mayoría de la sociedad literaria española no cree en ella. No le interesa. No la valora. Le basta con leer y ensalzar traducciones, predominantemente del inglés. Lo que cuentas de Vallejo es una vergüenza, que debería hacernos reflexionar. Trilce y The Waste Land (ambas de 1922, repito) tienen idéntica relevancia poética. Las diferencia la lengua en la que se escribieron. ¿Ha de convertirse la lengua de una obra en el criterio principal de su valor literario? Para bastantes papanatas, sí. Que instituciones como el Cervantes o el Ramon Llull –por cierto, tú has traducido Libro de amigo y amado, ¿ya se han enterado?; tú acabas de publicar una antología de la poesía contemporánea en catalán, ¿ya lo saben?- desaprovechen la presencia en Londres de un poeta y crítico como tú es otra vergüenza… En fin, ¿a qué dedicas tu tiempo libre en Londres? ¿Nuevas traducciones? Hace unos días me comentaste que estabas escribiendo un nuevo libro. ¿Es mucho pedir que hables de él?

EM: Y tú también sabes que yo no soy tan pesimista como tú. No creo que la literatura española vaya a desaparecer. La literatura es un hecho vivo, de profundo arraigo cultural y humano, y, mientras haya lenguaje y personas con sensiblidad estética y conciencia lingüística, seguirá existiendo. Creo también que la literatura española ha atravesado, a lo largo de la historia, periodos muy sombríos y de mayor incuria que este, y que, si no ha desaparecido entonces, no veo por qué tenga que hacerlo ahora. Tampoco creo que haya que culpar a las traducciones del desinterés de la mayoría de la sociedad por sus letras –que existe, y es deplorable–. Yo me he formado como lector leyendo traducciones, y no concibo mi literatura sin el magisterio de muchas obras escritas en una lengua que no conocía, vertidas al castellano. Más aún: creo que todas las literaturas progresan gracias al ejemplo y la influencia de otras. Por volver a Cernuda, su poesía sufre la impronta radical de Shakespeare y los metafísicos ingleses, y del tono pragmático y conversacional de mucha poesía en lengua inglesa, y ambos sabemos cuánto ha pesado eso en su propia evolución y, por ende, en la de la poesía española contemporánea. Dicho esto, es verdad que hay un cierto provincianismo en la apreciación de los libros traducidos y en la simultánea indiferencia por las obras de los compatriotas. No hay que dejar de reivindicar la literatura española, que tiene tantos autores de calidad (y tantos malos autores) como cualquier otra. El Llull sabe, sí, que he traducido a Llull y antologado y traducido a poetas catalanes actuales: lo saben su director y su delegada en Londres. Pero el Llull no va a favorecer a un catalán que escriba en castellano, por más catalán que sea y por más que ese catalán esté empeñado en difundir y defender la literatura catalana. Cosas del autonomismo y, ahora, del soberanismo. Mis días en Londres están enteramente ocupados por la literatura, como siempre había deseado: ahora soy un escritor a tiempo completo. Estoy trabajando, en efecto, en una nueva traducción: la de Espill, del valenciano Jaume Roig, un clásico de la literatura misógina medieval. En catalán, precisamente. Y también planeo traducir Coleshill, un excelente poemario de la inglesa Fiona Sampson. En cuanto a mi propia obra, estoy cerca de acabar un nuevo libro de poemas, que aún no tiene título, pero que explora el tema del exilio, es decir, la experiencia interior de la partida y el desarraigo. Se compone de cuatro partes y en él utilizo diversas formas poéticas: el verso libre, el poema hiperbreve o aforístico y el poema en prosa. Por último, dentro de nada, a principios de mayo verá la luz una selección de las entradas de mi blog, Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España), en La Isla de Siltolá.

SG: Espero con mucho interés esas novedades editoriales. Cuando pronostico que la literatura española desaparecerá en este siglo, exagero a conciencia. Lo que pasará es lo que ya está pasando: la literatura reciente española será cada vez más marginal, en el ámbito hispanoamericano y en todo occidente. Me parece triste e injusto. No por nacionalismo cultural, sino por internacionalismo, porque tenemos bastantes poetas y narradores de primera fila escribiendo en España. Poco tendrán que hacer. Mi pronóstico pretende obligarnos a reflexionar, a debatir sobre aspectos que tú también mencionas: “Hay un cierto provincianismo en la apreciación de los libros traducidos y en la simultánea indiferencia por las obras de los compatriotas.” De acuerdo contigo y yo, amante de la hipérbole como método de análisis de la realidad, añado: Sobra provincianismo y falta voluntad de reconocer los méritos de tus colegas. Bastantes escritores españoles se alegran si otro igual que él fracasa. Y se ponen verdes de envidia si logra un éxito. Las traducciones son indispensables, sin duda. Con menos de veinte años, bien jovencito, trabajé en Ocnos, que dirigía Joaquín Marco. Tuve que maquetar, corregir pruebas y hasta llevar a imprenta Tierra baldía precisamente. Ocnos publicó la histórica traducción de Ángel Flores, que había optado por prescindir del artículo en el título del poema. Hay una idea (el miedo) y una palabra (“polvo”) que son fundamentales en mi literatura. Pues bien, siempre he pensado que se alimentaban de este verso de la traducción: “Te mostraré lo que es el miedo en un puñado de polvo.” Por cierto, Valverde lo tradujo así: “Te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.” Juan Malpartida así: “Te haré ver el miedo en un puñado de polvo.” Es fundamental para una literatura acertar en la elección de las obras que traduce. Y es fundamental para el porvenir de una literatura ser traducida. Si la literatura reciente española no se traduce, no se lee y valora en otras lenguas, poco porvenir tiene. Y, hablando de traducciones con alguien a quien considero uno de los mejores traductores del momento, ¿cuál es tu idea de la traducción literaria? ¿Cuál es tu proceso concreto de trabajo?

EM: Estoy sustancialmente de acuerdo con el juicio que exageras mediante la hipérbole. La literatura española ha perdido casi toda su relevancia frente a la literatura en español del otro lado del Atlántico, y eso es, en efecto, triste e injusto. Aunque, en el ámbito de la poesía, no me extraña, porque casi lo único que ha llegado a Hispanoamérica de nuestra lírica reciente ha sido la poesía de la experiencia. Ante semejante derroche de vulgaridad, de acomodo lingüístico, se comprende que los escritores de allí crean que somos una provincia insignificante del idioma. Reconocer los méritos de los colegas es difícil, pero fundamental para la salud del mundo cultural y de uno mismo. Yo creo, honradamente, haber llegado a un punto en el que me alegran, sin reticencia alguna, los éxitos de los amigos y hasta de quienes no lo son, si su escritura lo merece. Es más: los celebro personalmente. Por eso en Insumisión hay un poema compuesto solo por versos de poetas que me han influido y a los que admiro, desde Vicente Aleixandre hasta el más desconocido de mis amigos escritores. Es necesario admirar a los demás, tener y reconocer maestros, disfrutar de lo otro, ensalzar lo otro, ayudar a quien pide ayuda, leer a todos con espíritu crítico pero también con generosidad, hablar bien de lo que lo merece y lo necesita. Si no, solo seremos una caterva de vanidosos, un hatajo de idiotas. Sobre la traducción: es indispensable, desde luego. Pero no se llega a traducir obras a otro idioma si no hay una previa impregnación cultural, una envoltura de prestigio, de peso estético o intelectual, que las haga factibles. Ahí es donde falla la cultura española –y las administraciones públicas que pagamos para que la promuevan–. Yo defino mi aproximación a la traducción con una fórmula que te he oído a ti: traducir supone, en esencia, una lectura radical de lo traducido, una inmersión en apnea en sus estrategias y su espíritu, hasta que uno esté en condiciones de producir lo que reclamaba Octavio Paz: los mismos efectos en la lengua a la que se traduce, aunque con medios distintos, que el texto original en la suya. Lo demás es paciencia, cuidado, cotejo y trabajo. La traducción ha de ser persuasiva por sí misma y no solo no ha de equivocar ningún sentido: tampoco ha de dejar traslucir ninguna sombra, ningún eco del idioma del que proviene. Yo leo primero todo lo que puedo sobre el autor y/o el libro que he de traducir; luego leo el libro mismo, sin traducirlo; más tarde reúno todas las versiones ya publicadas de ese libro que soy capaz de encontrar, si es que las hay, y las examino con calma; por fin abordo la traducción y, una vez completada, la repaso las veces que hagan falta hasta que tengo la sensación de que el resultado es óptimo, aunque estoy seguro de que, cuando ya esté publicada, seguiré encontrando cosas que corregir u opciones mejorables. Tampoco me abstengo de consultar a otros amigos traductores cuando me enfrento a una duda que no soy capaz de resolver. La traducción es la tarea literaria que mejor admite el trabajo colectivo.

SG: Sí, y, como aparece latente en lo que explicas, la traducción es un agente decisivo en la construcción de la historia literaria: recrea y crea literaturas, les da aliento… Pero también puede asfixiarlas o borrarlas de la historia literaria común. Y la crítica también resulta fundamental. De hecho, la traducción podría pensarse como una variante de la crítica, porque se traduce aquello que se considera valioso, interesante, útil. Traducir es criticar. ¿Cómo ves la crítica de poesía en Inglaterra? Y, ya de paso, ¿cómo la ves en España? ¿Observas diferencias de peso?

EM: La crítica literaria en Inglaterra se beneficia del espíritu pragmático e irónico que caracteriza a la cultura anglosajona. Sus textos son legibles y directos, y no carecen de humor. También son rigurosos, y puedo afirmar que los críticos británicos, a diferencia de muchos españoles, se leen los libros que reseñan, aunque fuera un crítico escocés del XIX el que dijese que él nunca se leía un libro que hubiera de reseñar, para que no le creara un prejuicio. Hace mucho tiempo que la crítica literaria inglesa es admirable: Vida de los poetas ingleses, del doctor Johnson, es un libro delicioso, y la obra de Cyril Connolly es igualmente extraordinaria, por no hablar de T. S. Eliot y sus aportaciones críticas a la poesía contemporánea. En Gran Bretaña cuentan, además, con algunos medios de referencia, como el Times Literary Supplement, al que ninguno de nuestros suplementos se acerca ni por asomo, aunque entre los poetas no falta la queja de que ni este ni ningún otro medio de cultura dedican atención suficiente a la poesía. La crítica en España es, con las debidas excepciones, una pena. Gacetilleros infaustos inundan de vacuidades los suplementos literarios y los espacios de crítica de las revistas. Hay algunos cuya mala leche –pero nada más: ni buena prosa, ni ecuanimidad, ni calidad de juicio– es legendaria. Muy pocos son capaces de escribir piezas literarias –la crítica también es literatura– persuasivas. Peor aún: muy pocos son capaces de escribir. Curiosamente, la mayoría de nuestros mejores críticos no escriben regularmente para los medios de mayor difusión ni están en la universidad: Jordi Doce, Miguel Casado, Jorge Rodríguez Padrón, José Ángel Cilleruelo, José Luis Gómez Toré, Vicente Luis Mora. En esta como en tantas otras cosas, nuestro país desaprovecha sus recursos.

4 Comentarios

  1. Efi Cubero escribió:

    «Sobra provincianismo y falta voluntad de reconocer los méritos de tus colegas.» La fotografía que aquí aparece es de Sergio Gaspar. Una muy buena, cuidada, mimada, entrevista. Ambas personalidades se conocen muy bien, y se nota. Estoy de acuerdo en lo que afirma de los exilios, o de los auto exilios. Llega un momento que uno, o una, ha de elegir esa opción, ya sea real o interior. Es así, por desgracia.

    «Sobra provincianismo y falta voluntad de reconocer los méritos de tus colegas.» Una muy buena, cuidada, mimada, entrevista. Dos personalidades que se conocen muy bien, y se nota en este diálogo perfecto. Estoy de acuerdo en lo que se afirma de los exilios, o de los auto exilios. Llega un momento que uno, o una, a de elegir esa opción, ya sea real o interior. Es así, por desgracia en los nacionalismos.

    Algunas provincias, ciudades o paises, intentan mirar siempre por encima del hombro. Y algunas personas, también.

    30/04/2015
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    • Sergio Gaspar Sergio Gaspar escribió:

      Gracias, Efi, por tu aportación. Añades algo de gran importancia: hay países, culturas, literaturas, autores que miran a otros por encima del hombro. O, simplemente, los ignoran. Ni les interesan los demás ni les interesa el diálogo. La cultura y literatura en inglés, salvo excepciones, es endogámica. No es dialogante. No es abierta. No está interesada en lo que escriben los demás. Sólo desea ser traducida en todo el mundo, pero no desea traducir a otras ni conocerlas. Las excepciones no invalidan esto. Quien no lo vea, mejor que empiece a verlo. Una globalización cultural y literaria democrática pasa por el diálogo entre literaturas y no por la subordinación de unas a otras, o por la ignorancia de una hacia las otras. A estas alturas de la historia literaria, ya no necesitamos viejos esquemas de capital y provincias. Algunos defensores entusiastas de esta falsa globalización -o mundialización, que así también se nombra- piensan con esquemas propios del pasado y aún no se han dado cuenta.

      01/05/2015
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  2. Efi Cubero escribió:

    Absolutamente de acuerdo contigo, Sergio. No siempre fue así puesto que ellos bebieron también de la riqueza versátil de nuestra cultura, y siguen bebiendo aunque sea desde esa herencia común que nos enlaza con Hispanoamérica. De todas formas, como diría O.P. «La modernidad, desde hace cien años, es nuestro estilo. Es el estilo universal.» «Cada instante nace un pasado y se apaga un futuro (…) La modernidad nace de la desesperación y está perpetuamente enamorada de lo inesperado. Su gloria y su castigo no son de este mundo: son las maravillas y los desengaños del futuro.» Sí, sin duda daría para mucho el tema.

    01/05/2015
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  3. Eduardo Moga escribió:

    Yo también te agradezco tu aportación, Efi. Resulta extraordinariamente difícil quebrar ese caparazón de indiferencia que muestra la literatura anglosajona por otras literaturas, aunque más descorazonador todavía es comprobar que a veces se quiebra con las obras equivocadas. El otro día, husmeando en una librería de Londres, solo encontré un libro de poesía escrito en español y traducido al inglés: La Universidad Desconocida, de Roberto Bolaño. Bolaño era un gran narrador, pero un poeta más que discreto, por decirlo con suavidad. En este caso, por razones estrictamente publicitario-comerciales, el nombre del novelista determina la elección del poeta. Y en España, hoy, se me ocurren cincuenta poetas mejores que Bolaño,.

    02/05/2015
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